El hogar del invierno

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-Para Miyu

No hace mucho tiempo, llegué a un planeta que todos los de mi colonia considerábamos lejano. Aún no sé muy bien por qué fui a parar a un lugar así: un planeta tan poblado, con semejante cantidad de razas y seres diferentes. Aun sin ser iguales, todos tienen muchas cosas en común –incluso con nosotros. Pero tras todos estos meses en lo desconocido, sigo encontrando tantas diferencias con respecto a nosotros como estrellas hay en el cielo. No solo en el aspecto -una cantidad menor de globos oculares y extremidades que no me ha resultado fácil ocultar- y en el carácter de todos los terrícolas –sí, no hay ninguno igual. Todos ellos tienen algo característico, algo único – sino en el mundo en el que viven, la luz y el paisaje que les rodea.

Temo que alguien descubra quién soy –o qué soy, más bien-, por lo que aún no he sido capaz de comunicarme directamente con nadie aquí. Todas las especies emiten curiosos sonidos y se comprenden utilizándolos. Si yo utilizara la knesia – aquí llamada telepatía – seguramente aterrorizaría a cualquiera, pues es considerado un poder psíquico de épocas anteriores. También es posible que acabara en una camilla, rodeado de humanos, quienes experimentarían con mi cabeza o conmigo en general. Pero no me siento mal por no saber hablar. Parece ser que hay humanos con problemas similares que viven su día a día con total normalidad, por lo que no me ha resultado difícil salir a la calle y mezclarme entre ellos. Sin embargo no es algo que me guste mucho hacer, así que prefiero quedarme en mi escondite, un lugar maravilloso.
Caí en él cuando llegué a la Tierra. No me pude fijar bien, pues todo estaba oscuro, como si estuviera en una cueva, pero una vez salí de aquel pequeño lugar, vi que se trataba de una cabaña abandonada en medio de un amplio bosque.

Con el tejado destrozado y no mucho espacio, este lugar encantado me abrió los ojos tras la ceguera que había sufrido toda mi vida.

Mi planeta siempre había estado cubierto de nieve. Todos los míos estábamos acostumbrados al frío y a la misma tonalidad gris, blanca, negra o azul. En cambio, aquí me encuentro como si el planeta me acogiera con sus brazos abiertos.

Cuando llegué, la cabaña estaba cubierta por plantas, como si quisiera esconderse para evitar que la derrumbaran.

Dependiendo de la posición del sol, de la estación, de si ha llovido o no, los colores de las plantas varían hasta el punto en el que no se me ocurre qué nombre darle a cada tonalidad. Las plantas y sus colores se mantienen siempre brillantes; tanto, que parecen felices porque las mire y cuide–algo que hago a todas horas, a decir verdad- como si fuera algo que estuvieran esperando desde hace mucho tiempo.


Hace poco temí por sus vidas. 

El clima se está volviendo similar al de mi planeta y me aterrorizaba la idea de que se marchitaran o se congelasen. Pero lo que pasó la noche pasada fue lo que hizo que escribiera  estas palabras como si fueran parte de un diario.


Parte de un libro.
Pensamientos de un ser que ha visto y ha vivido algo que necesita escribir para recordarse a sí mismo que ha sido real y no su imaginación.

La noche pasada fue la más fría y oscura de todas. Sabía que las enredaderas y las hojas que cubrían y rodeaban la casa se morirían. O al menos eso pensaba.

Cuando salí de la cabaña a cubrir el campo para evitar que dejara de ser como era, a diferencia de lo que pensaba que sucedería, todo parecía cobrar más vida.

Las hojas que eran diferentes a las demás comenzaron a abrirse y con ellas, las puertas a un nuevo mundo.
Esas hojas eran pequeños capullos que comenzaron a florecer ante el frío: flores de invierno. 

Desearía que hubiera comenzado a llover para engañarme a mí mismo y poder decir que mi cara – ahora humana – se estaba humedeciendo por las gotas del cielo y no por mis lágrimas.

Aun estando todo oscuro, los colores parecían emitir luz propia, como si un universo existiera en cada una de las pequeñas plantas de mi alrededor.
Todas parecían pedir un poco de atención al mostrarme sus hermosos colores y eso, de alguna manera, me hizo sentir un poco menos solo.


Con estas palabras, quiero dejar constancia del nacimiento de nuevas vidas de las cuales estaré orgulloso de formar parte.


No estoy seguro de si los habitantes de este mundo son conscientes de lo que tienen en su día a día. De lo que pueden ver con solo mirar por la ventana. Puede que se trate tan solo del asombro y la inocencia de alguien que ha estado “ciego” hasta ahora, pero si algo sé es que incluso por muy ingenuo que parezca, este mundo, -estas flores - me han llevado a un paraíso por el que vale la pena estar vivo.